Sueño y memoria

“La memoria es la maga urdidora del tiempo”.

Irma Cuña


Un hombre viejo sube por la ladera de un monte estéril. Camina ayudado por un báculo
improvisado, tan rápido como sus huesos gastados lo permiten. Descansa en cada piedra o
árbol seco que se ofrece a su paso. Al fin llega al lugar elegido. Se sienta en el suelo y posa su
vista en el horizonte lejano, en un pequeño pueblo construido alrededor de una humilde casa.
Cierra los ojos, se sumerge en sus pensamientos y cuenta:
“Dicen que en estas tierras, en los comienzos de los tiempos, un hombre solo y sin memoria
encontró su destino. Con lo poco que el paraje ofrecía armó un lugar para refugiarse del sol
impiadoso. Se alimentó de las alimañas que moraban entre las piedras y se las ingenió para
sacar agua hasta del más impensado refugio. Así vivió mucho tiempo, sin más que lo que la
naturaleza le escondía a cada paso.
Contaron los ancestros que un día llegaron otros hombres y mujeres que huían de las pestes,
y que entablaron buena relación con el extraño ermitaño. Él les enseñó cómo sobrevivir allí y
ellos le enseñaron sus artes para que sus vidas fueran más placenteras. Sus viviendas
mejoraron y hasta pudieron hacer que las aguas de los sitios remotos besaran sus campos.
Pronto la comunidad creció en número y conocimientos. La tierra desnuda se vistió de todos
los verdes y comieron de los frutos de la tierra.
Un día el primer hombre subió a un monte cercano y murió, sin tener idea de su origen ni de
sus días transcurridos. Fue enterrado por los suyos con los honores de un Dios. En su
humilde casa levantaron un monumento para no olvidarlo nunca jamás.
Cantaron los aedos que el pueblo del hombre sin memoria se hizo famoso por la
abundancia de sus alimentos. Se hablaba de que allí había habitado un Dios antiguo y que
les había legado los conocimientos a su pueblo para vivir de la tierra. Así un día recibieron
la visita de un ejército poderoso que resplandecía más que el sol. Ofrecieron a los pobladores
su protección a cambio de sus alimentos. La respuesta fue que no necesitaban protección ya
que no tenían enemigos, pero que con gusto podían compartir sus alimentos. Los visitantes se
miraron extrañados pero aceptaron tan ventajoso trato.
Pronto la ciudad se multiplicó en habitantes, dioses, lenguas y conflictos. Poco quedaba del
pueblo del anciano y mucho de una civilización que se ahogaba en su propia riqueza. Se
sucedieron las guerras, las invasiones, las matanzas. Todos querían las bondades de un
pueblo que ya había desaparecido de la memoria de todos.
Quedó grabado en la piedra, justo en el lugar donde los huesos del primer hombre
descansaban, las sucesión de los hechos que habían enterrado al viejo pueblo. Alguien se
había dedicado a grabar el nombre de cada uno de los reyes, con su larga lista de conquistas
y sobre todo de desaciertos, siempre respetando el sitial primigenio del anciano y de su
sencilla y única labor en esa tierra a la que le había dado vida.
Se escribieron en cientos de libros las historias que ahora recuerdo sentado aquí en este
monte seco. Cada uno que las tomaba interpretaba cada hecho de forma diferente y buscaban
en la presencia de ese primer hombre a una especie de sabio creador que con sus manos
había dejado un mensaje. Origen de posiciones fanáticas e irreconciliables y de nuevas
guerras fue la interpretación de aquellos hechos, hasta que casi nada quedó sobre la faz de la
tierra, sólo rocas y entre ellas el monumento intacto del viejo sin memoria.
Ahora sé que cuando despierte de este sueño de la memoria, esta historia no será más que
eso y yo estaré muerto. Quizás lo que imaginé se convierta en la memoria de los otros, la que
yo no tuve. Sólo espero que alguno de los que escucharon mis pensamientos, sueñe que
alguna vez fui un buen hombre, un hombre que sembró una vida sencilla y apacible, el primer
hombre de estas tierras”

Imágen extraída de https://diariojudio.com/opinion/el-viejo-el-anciano-el-sabio/37132/

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