«…así que no confiemos por la tanto ni un segundo
en la falsa duración ni el espejismo
con que el tiempo humano se equivoca
y zonzo pierde los diamantes reales de la corona
su verdadero tiempo animal (…)»
Diana Bellessi – Arde el tiempo
Hora sin relojes, ni días, ni semanas,
hora brutal y necesaria
que dicta el cuerpo y no la aguja,
hora del sol en la cara
cuando se me cante,
de nube que se lleve mis ojos,
de luna campana de silencio
que escarbe en el recuerdo
y pasee en la lágrima o en la risa,
o en las dos juntas.
Hora de que sea hora de medir
distancias y esperas y visitas y yugos
con otras reglas:
Llegar a tu casa en dos canciones.
Volver del trabajo en tres capítulos
de la novela que empecé
haces dos libros de poemas.
Dar una vuelta lo que lleve
una lectura mansa de Ligeia.
Tomar un micro a la hora que dicte
la aurora de rosáceos dedos.
Bajar en el lugar menos pensado
en la penumbra de la paloma.
Caminar hasta que la mejor luna
de plata y sangre
de Lorca o de Machado
no derrame más
sobre el mar o la montaña.
Porque desde ahora se festejan libros, canciones, abrazos,
poemas y llantos,
ni siquiera Navidades o Pascuas
impuestas a golpe de almanaque.
Porque no es el tiempo animal
que nos llama desde el fondo
de las sombras de una hoguera
donde el tiempo ya era cuento y danza
de un aullido perdido
en el bosque del alma
que olvidaste
o que vendiste
al que compró
los relojes de tu alma.
Desde la Sombra
Deja una respuesta