No son 30 mil señor, tiene razón.
Se olvidó de multiplicar las lágrimas,
sumar las interminables esperas,
catalogar los miedos,
el horror detrás de las puertas quebradas,
escribir la enciclopedia de la humillación,
dividir los interminables dolores
propagar las ilusiones incendiadas,
pesificar las mentiras,
dolarizar los silencios.
Restar las manos vacías de amores
y las décadas sin pan.
Y ni siquiera pensó en sumar,
los muertos tristes,
sin balas ni capuchas,
los corazones deshechos de dolor,
los que no pudieron ni siquiera
encontrar un nombre en una tumba
en la que decir al menos
“chau, te voy a extrañar,
al menos sé dónde estás”.
Ni le cuento si se toma el trabajo
de agregar los que no saben
ni siquiera sus nombres,
los que fueron arrancados
de la “mala yerba” de los sueños
de un mundo apenas un poco mejor.
Porque no solamente
fueron los cuerpos, mi señor:
usted no contó las almas,
ni las caricias, mucho menos
las risas ahogadas en el rio,
las navidades y los globos de cumpleaños.
No son 30 mil, señor, tiene razón;
somos millones que en cada otoño
nos morimos un poco,
clavamos las uñas hondo
en la tierra que usted, señor
cree merecer por linaje, cruz y apellido.
Porque cada otoño
centuplicamos la 30 mil gargantas
que usted, señor,
ya no podrá callar.
Desde la sombra
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