A mitad de un viejo cuaderno,
después de un eclipse,
en hojas amarillas,
perdiendo de vista el último recodo,
con muertos en la espalda
que solo se me adelantaron un rato,
con memorias y olvidos
que descubro acomodados a su antojo,
en algún rincón,
que vienen cuando se les canta,
que se van sin saludar,
pero siempre andan cerca,
en un papel, una foto o una esquina,
que toman la forma
de las sombras de la costumbre,
y que el tiempo moldea
con sus manos molestas e inoportunas.
Así escribo,
Para matar la muerte
o que al menos se pague otra vuelta,
para conjurar el silencio,
para respirarme en el poco aire que me dejan
los dueños del cementerio,
antes de que llueva la última tierra
sobre mi pecho de madera.
Para no mirar y descubrir
la mano que nos dijeron no mirar,
porque es fea y sucia, y mata,
solo que no te dijeron que debajo de esa mugre
hay una sangre igual a la tuya,
sólo que sin caricias ni cuentos ni manteles ni pan.
Así escribo,
para que toda esta mentira
se estrelle en el pecho de los que olvidaron,
de los que comen de las palabras
que eran árbol y montaña,
y ahora son pozo y olvido.
Escribo para que el camino llame a mis pies
y nos encuentre lejos de las ruinas
para hacer de nuevo pies raíces,
brazos ramas, flores cabello
y ojos soles tibios de otoño.
Para eso… sin apuro, sin relojes,
sin yo.
Desde la Sombra
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