El ansiado regreso de los dragones

«Ignoramos el sentido del dragón, como ignoramos el sentido del universo, pero algo hay en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres»

Jorge Luis Borges – EL libro de los seres imaginarios

Estoy sentado en un bar, pido un cafe y dos medialunas. En la espera miro la bolsa de la librería, la abro, miro la tapa del libro, las letras en relieve, la magnífica ilustración de Gonzalo. Llega el café, la excusa perfecta para demorar la primera ojeada. Es que, sabrán entender, se trata de un acontecimiento esperado por más de dos años, y reconozco sin vergüenza un entusiasmo casi adolescente ante la salida de la tercera parte de Tiempo de Dragones, en el volver al ritual entusiasta de la compra, en la relectura de las dos partes que la precedieron. Pero antes de hablar un poco más de lo que significa este acontecimiento, desvío la senda hacia una pregunta que se apoya en las palabras de Borges ¿por qué la cautivante y repetitiva presencia de los dragones en la literatura?

Temidos por su poder, admirados por su sabiduría ancestral, codiciados por sus propiedades mágicas, los hombres los consideraron padres de nobles dinastías y competidores por el dominio de sus reinos. Desde la codiciada sangre de Fafnir que hizo inmortal a Sigfrido hasta el corazón compartido de Ddraig Goch con la dinastía que llevaría al reinado al mítico Arturo, alimentaron las leyendas y los miedos de los habitantes de la Europa medieval. Sus poderes mágicos y la iconografía cristiana los emparentaron con lo demoníaco, con los poderes oscuros, lo que le otorgaba a sus potenciales vencedores la categoría de héroes eternos.

Ya en el siglo XX, a partir del resurgimiento del mundo medieval a partir de las sagas fantásticas, fue inevitable la aparición en el horizonte de los dragones alados. Tolkien retomó en sus sagas la figura del dragón asociado con el mal: Glaurung y Ancalagon en el Silmarillion y el legendario Smaug en el Hobbit, además de los Nazgul, criaturas utilizadas por los señores oscuros con ciertas similitudes con la figura tradicional del dragón, todos ellos hermanados por su origen maligno, a imagen y semejanza de la figura cristiana medieval.

El verdadero giro en la esencia de los dragones se produce con la bellísima saga de Terramar de Ursula LeGuin. Lejos de perder su naturaleza salvaje e indómita, vuelven a la esencia mágica de los dragones artúricos. Una relación de amor odio los une al destino de los hombres, a los que deben ayudar en algun momento a reestabler el equilibrio del mundo. En esta saga, más allá de la lucha clásica entre el bien y el mal, la autora logra una profundidad y una poesía que centran la historia en la búsqueda de la esencia de lo humano. Y creo que aquí me aproximo a una posible respuesta a mi interrogante a través de una historia que llega a los oídos del mago Ogión:

«En el comienzo de todos los tiempos, el género humano y el de los dragones eran una sola cosa, pero los dragones escogieron el salvajismo y la libertad, y la humanidad escogió la riqueza y el poder. Una elección, una separación»

Y de regreso al cierre de la saga que hoy reúne a todos los que admiramos profundamente a Bodoc, creo que de alguna manera Tiempo de Dragones retoma ese camino de un origen compartido, con esos matices únicos en la autora que hacen de esta historia algo siempre bello y sorprendente.

Para cerrar esta reflexión confieso haber leído, con el café ya terminado, sólo las notas preliminares de Galileo y Romina y las bellas palabras de Diana Bellessi, más que suficiente para este primer acercamiento (creo que mencioné que mi memoria me obliga a retomar con placer los dos primeros volúmenes para abordar con entusiasmo este cierre), sabiendo que los dragones acompañarán mi andar durante un tiempo que nunca será suficiente.

No sé si finalmente contesté mi iterrogante, quizás la sabiduría de LeGuin me indicó el camino y para el resto conservo la ilusión de encontrarlo en la prosa de la famila Bodoc. De lo que sí estoy completamente seguro es que sus palabras vuelan más alto que los mismos dragones y nos obligan a seguir su vuelo más allá del alcance de nuestras miradas.

Por último, dejo otra parte de la respuesta, esta vez en una dedicatoria que me regaló Liliana en la primera parte de la saga y que guardo como un tesoro de un valor incalculable, un tesoro de palabras que son la esencia de la historia que hoy nos reúne:

«Un dragón espera, sueña, regresa y resiste»

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