“También hay daños colaterales.
El sacrificio de un hijo o una hija en un altar de piedra.
Isaac.
Ifigenia.”
María Negroni – El corazón del daño
“Una relación humana se puede destrozar con una palabra incorrecta. Una sola palabra puede abrir una inmensa oscuridad”
George Steiner
¿Pero qué pasa con los silencios?
¿Qué sucede en la grieta que abre la palabra a medias?
¿Y lo no dicho? ¿Lo que se dispara detrás de un gesto?
Todo queda en suspenso,
en un alerta helado,
en una oscuridad
que se transita
de punta a punta
en la vida.
Porque los silencios letales
se cubren de otros silencios
en los que solo cabe la palabra
miedo.
Porque en el silencio
Se construye un lenguaje
con sus propias preguntas
y respuestas.
Silencios levantados
en el desencuentro
que se edifican
con las palabras que imaginamos
en otras bocas
y en respuestas
recostadas en la cómoda sordera
que disfraza la culpa.
Un niño
que se construyó en los oídos
de los que sólo admitían
la respuesta correcta.
Hasta que se cansó de hablar
y dejó que otros lo armaran
de silencios.
Un padre construyó a su hijo
en mi silencio
y le puso palabras
que sólo dijo
cuando las rejas de su vejez
cedieron paso a su verdad.
Yo construí un padre
con su silencio lleno de prejuicios
que no eran míos
y que se abrieron paso en mi enojo
por su no vida,
la única posible en su prisión.
Una madre que construyó un hijo
en mi silencio
con sus miedos
a mi fracaso.
Yo construí una madre
hecha de silencios y llanto
a la que no entendí
hasta que dijo que sólo quería morirse
porque miró atrás,
y no encontró siquiera
lo que dejaron de ella.
Ahora queda un hombre
que volvió de a ratos
a ser el niño
que vive del elogio vacío,
que sólo dice del abismo del mundo
en la voz de las criaturas
que reptan en sus papeles
y reinan sus insomnios.
Un hombre que teme a la forma
que lo construyeron en sus silencios
en los que morirá sin encontrar
la palabra que no existe
para decir
soy
más allá de mi silencio.
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