«El viento de los vivos me despertó»- Hoy nací – Manal
Siempre vuelvo a las historias de vampiros, indefectiblemente, como siempre vuelve la sed primigenia que sustenta la existencia de estos oscuros habitantes de nuestros miedos. Y siempre, como parte de un hado inevitable, aparece una nueva historia que reaviva el ansia. Esta vez fue «La sed», de Marina Yuszczuk.
Pero como un aplicado habitante de las sombras, en algun momento me asaltó la pregunta del origen de esta sed, del momento exacto en el que por primera vez llegó a mi ventana el llamado irresistible de una historia trágica que insiste en volver de tanto en tanto a reclamar su sitial en el reino del miedo. Y creo, sin temor de equivocarme, que esa ventana se abrió en 1979, cuando a mis once años vi con mi hermano mayor una miniserie titulada «La noche del vampiro», basada en la segunda novela de Stephen King «El misterio de Salems Lot». No casualmente (en este mundo de destinos inefables no existen las casualidades), la trama consistía a grandes rasgos en el regreso de un escritor (David Soul) a su pueblo natal, en el que misteriosamente comienzan a desaparecer niños y muchos animales aparecen desangrados. Muy lejos quedan los detalles de aquella historia, pero sin duda aquello fue una iniciación, ya que de mi memoría nunca más se iría la imagen de aquel habitante siniestro de la casa Marsten, y de los niños flotando en la bruma nocturna y pidiendo a sus amigos y familiares permiso para entrar a sus habitaciones; una vez más el truco de jugar con la pérdida irrevocable de un ser querido y el irresistible y trágico deseo de recuperarlo a toda costa.
A partir de allí (o quizás antes, cómo saberlo) muchas noches de insomnio colarían por mi ventana miles de sombras que inocentemente dibujaban los árboles del parque sacudidos por el viento, sombras que también poblarían el mundo de las pesadillas en forma de seres que me esperaban en las penumbras grises del amanecer para arrastrarme a sus refugios y devorar mis piernas.
Creo que ahí comenzó mi sed, como una especie de conjuro inconsciente contra las pesadillas, por las historias oscuras, por la tragedias inevitables, por la maldición, por el pacto irreversible con las sombras, por el extrañamiento hacia una muerte que se aferraba a este lado con desesperación demencial. Era muy joven para saberlo, pero había respondido al pedido, había invitado a mi casa a aquellos que ya no se irían nunca más. Luego llegó la inevitable lectura de Drácula de Bram Stoker, esa inmensa novela epistolar que abrió el camino a innumerables versiones cinematográficas, una historia de amor única en la que la inmortalidad del conde se convierte en un castigo insoportable que solo tendrá consuelo en el reencuentro con Minna Harker.
En lo que a las tierras cinematográficas respecta, una de las pocas versiones fílimicas que respeta el espíritu de esta obra fue la versión de Francis Ford Coppola de 1992, con un Gary Oldman sublime y un más que oscuro Dr. Van Helsing en la caracterización de Anthony Hopkins. Dos años más tarde llegaría una versión distinta, con vampiros que desde el presente proyectan en una entrevista la terrible historia de las conversiones a través del tiempo y el sufrimiento de una eternidad que los somete, entre otras cosas, a la brutalidad de ver cómo el mundo se desmorona y reconstruye a su alrededor una y otra vez. «Entrevista con un vampiro», con Tom Cruise y Brad Pitt, marcó a su manera una vuelta de tuerca, un giro hacia un lado más humano y más terrible del monstruo tan temido. De aquella versión rescato la presencia de una Kirsten Dunst niña condenada a no crecer, y una pequeña escena en la que las estatuas de un cementerio se horrorizan ante el andar de los vampiros.
Cierro el camino fílmico, al menos por ahora, con una serie insuperable del género: Penny Dreadfull, interpretada por Eva Green como Vanessa Ives, víctima de una lucha entre los habitantes del mal por su alma (obviamente entre los aspirantes a ese premio está el vampiro). Entre los tantos aciertos de la serie, entre los que se encuentra una deliciosa combinación de los peores monstruos de la literatura y un guión con constantes y acertadas referencias literarias, nos muestra que, ocultos en las sombras se mueven unos bebedores de sangre ancestrales que responden a un omnipresente amo que casi nunca se corporiza. Quizás el gran acierto de la serie radica es que no se trata de una lucha entre el bien y el mal, sino de una batalla por la supremacía en la oscuridad.
Aquí me alejo de mi personalísima lista de películas y series del género que alimentaron mi sed. Digo personalísima porque seguramente otros habran trazado sus propios caminos con vampiros inolvidables con el de Bela Lugossi o la versión expresionista de Murnau, Nosferatu (por este camino recomiendo a quien le interese ver la película «La sombra del vampiro» interpretada por Willem Dafoe y John Malcovich, basada en la leyenda que cuenta que el actor de la película de Murnau, Max Schreck, era realmente un vampiro que se almorzó a casi todos los actores del film). Aclaración hecha para que no se pierda el tiempo en largas listas de omisiones que los cultores del género comenzarán a escribir.
Finalmente, volviendo a lo estrictamente literario, mencionaré la novela «Los anticuarios», de Pablo De Santis, quien ambienta su historia en una Buenos Aires habitada por seres nocturnos que poseen características sutilmente diferentes a lo versado por la tradición vampírica, lo que los convierte en personajes realmente interesantes que se mueven un clima de nostalgia silenciosa y secreta. No es novedad que la prosa del autor, siempre bella y precisa, no oculta la historia del sino trágico del vampiro, sino que le da un perfil diferente, con los tintes policiales que De Santis maneja como nadie.
Finalmente , luego de esta larga e imprecisa búsqueda del origen de la sed primigenia, llego a la novela que reavivó el ansia por la terrible belleza de lo gótico. Se produce otra vez la magia, nuevamente las tumbas se abren en la noche y el terror ancestral vuelve. Y una vez más una vuelta de tuerca sobre la leyenda. Nuevamente la huida, el exilio, la sed que debe calmarse arriesgando a veces más de lo deseado, el tortuoso recuerdo que se acumula en una eternidad que termina siendo la peor carga. Pero también un paso más sobre la muerte vista desde la misma muerte. La historia de una Buenos Aires atravesada por la peste (con notables similitudes con la peor cara de la pandemia), y una ciudad que crece alrededor de un cementerio, que lo rodea y lo convierte en un ícono en el que sus habitantes quedan atrapados en una tumba de cemento que no para de crecer. Bella, terrible, abismal, con todas las aristas posibles sobre ese borde difuso con el más allá, esta novela logra una profundidad notable en un tema que podía parecer agotado, pero que no lo está. Imposible no empatizar con los personajes de esta historia, no odiarlos, no pensarlos como posibles caminantes de esta ciudad (ya no se podra caminar la ciudad de la misma manera luego de esta historia).
Finalmente, antes de cerrar las puertas de la cripta solo por un rato, no queda más que pensar en un camino comun de vampiros y amantes de las letras: a pesar del peso diferente de las eternidades para unos y otros, sobre ambos clanes pesa la necesidad de supervivencia, de la sed que se sacia sólo a costa de las vidas ajenas; la maldicón del ostracismo y la incomprensión de un mundo con reglas demasiado brutales, pero que necesita de ambos para subsistir en la profundidad de un miedo que es parte necesaria de la subsistencia. Al fin y al cabo, la sed que nos une.
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