Crónica para una lectura nocturna

Creo haberlo dicho ya muchas veces: las lecturas llegan a nosotros cuando quieren llegar. Son pacientes, entienden nuestras obsesiones y saben esperar el momento indicado. Muchas veces exigen una relectura y relegan a otras que se resignan, porque saben que no es su momento… o son publicadas en el preciso instante que nuestra voracidad indescifrable las alienta.

Poco antes de partir de vacaciones comencé con el ritual de elección de lecturas. Y como todo acto sagrado lleva un tiempo de meditación y largos períodos frente a la biblioteca. Para estas ocasiones siempre están a mano las siguiente opciones, a saber: el texto que nunca terminamos, el que nos defraudó pero merece otra oportunidad, un par de compras compulsivas que llevamos para mitigar las culpas del gasto inoportuno, un clásico y alguna indispensable antología poética.

Pero esta vez, con la lista casi decidida, llega una grata sorpresa: en las redes se anuncia con entusiasmo el prestigioso premio Herralde para una escritora argentina por su novela «Nuestra parte de noche». El anuncio iba acompañado por una reseña que despertó mi interés y que me hizo preguntar casi de inmediato y en sucesivas ocasiones por la llegada del libro a nuestras tierras (por suerte en donde suelo comprar me conocen y me tienen una paciencia infinita). Y hubo que esperar nomás . Creo que con alivio, seguramente porque no querían verme más, un día vi a unos de los vendedores dirigirse con cierta urgencia a un estante (pensé que se iba a esconder para no atenderme) y levantar como un trofeo el tan ansiado libro. Al fin la lista para las vacaciones estaba completa.

Pero pasemos a lo importante. Me confieso admirador de varios cuentos de Mariana Enriquez, siempre brutales, directos, sorprendentes, a veces incómodos. Confieso también que algún texto suyo, como «El carrito», se convirtió en uno de mis caballitos de batalla en mis clases de Literatura (varios alumnos a los que sigo cruzándome me recuerdan no sin cierta conmoción su lectura). Además, en esta ocasión estaba ante una novela que no solamente captaba mi atención por el título (en varias notas Enriquez explicó que la frase pertenece a un poema de Emily Dickinson), sino también por el tema: la sinopsis de la obra enumeraba ciertos tópicos inevitables para mi, como el terror, lo sobrenatutal, y esa herencia gótica llevada a situaciones contemporáneas, terreno fértil en manos de la autora.

Y mientras pienso todo lo que me brindó en definitiva este gran texto, me quedan dos caminos para hablar de esta novela: podría, no sin cierta fingida solemnidad académica, hablar las características del texto, de su construcción, de las decisiones siempre acertadas de la escritora. Desde el punto de vista de la construcción, es una historia contada sin apuros, meditada, sorprendente cuando debe serlo (obviamente cuando el lector no lo espera). También puedo mencionar una voz narrativa potente, que sabe fundirse con la voz de los personajes, lo que le da al texto una fluidez necesaria para una historia tan extensa.

Podría también hablar de cómo la historia argentina se entreteje en esta historia y le da sustento, de las décadas contadas a través de los personajes, del homenaje quizás a la última generación que enarboló certezas, no solo intuiciones; como también podría mencionar de la más que acertada inclusión de otras formas textuales como la crónica periodística y de , como debe ser, todos los guiños y homenajes conscientes o incoscientes al gótico, al terror inasible de los maestros, y a unos cuantos sufrientes poetas que hicieron de sus trágicas vidas una bandera para varias generaciones. Porque como una buena novela de las buenas en serio, también es una guía de lectura.

Podría hablar de todo aquello, pero para definir mejor esta lectura prefiero al lector que todavía conservo, el que juega y se deja sorprender, al que le quedan con estas lecturas sensaciones que no se van así nomas, porque de las buenas lecturas quedan nada menos que eso: sensaciones.

Meterse en la vida de Juan y de Gaspar es meterse en una relación compleja, monumental, que me hizo como lector ir de la mas profunda empatía a la más brutal repulsión que, en algunos casos, me obligó a cerrar el libro y dejar pasar unas horas, no más, para retomarlo (hace muchas lecturas que una escena no me producía una sensación que me obligaba a dejar de leer). Esa locura en la que se ven envueltos estos dos seres se alimenta de un entorno y de otros personajes no menos demenciales que, cada uno a su manera y con sus propias miserias (porque son muy pocos los que le escapan a esta palabra) le aportan a la historia una riqueza incomparable. No parece haber límites en algunos, ni para lo bueno ni para lo malo, mucho menos cuando las obsesiones y el ansia de poder se cruzan en el camino. Y creo que hay una cita que resume un poco lo que quiero explicar: «detrás de una gran fe debe haber una gran promesa», y yo agrego que detrás de esa promesa el hombre ya demostró ser capaz de cualquier cosa. Ahí reside el corazón de esta historia.

Podría seguir enumerando temas y sensaciones. Que parte de la historia transcurra en los 80 y los 90, mi adolescencia y juventud, hizo que la historia tambien cobrase otra dimensión. El rock (el que sonaba y el que yo traía por herencia de mi hermano conmigo), el SIDA, la homosexualidad que de a poco y con dolor dejaba de ser clandestina, una policía con resabios dictatoriales, un país que parecía derrumbarse a cada segundo, todo está contemplado en esta gran historia que en cada página me llevaba de paseo por lugares y hechos que estaban guardados en algun lugar de la memoria.

Cierro estas líneas con el ultimo elemento que creo oportuno resaltar: estamos ante una gran novela de terror, con todo lo que el género debe tener, con toda la oscuridad y abismos posibles, con casas que encierran más que oscuros seres y secretos, pero sobre todo con un miedo palpable, con algo que esta siempre acechando a los portagonistas pero que también puede acercharnos a nosotros. Porque detrás de ese terror está la ambición sin medida del hombre.

Me despido dejando otro hecho que merece la pena mencionarse: terminé esta novela una noche silenciosa (como corresponde) de mis vacaciones en la costa y desde aquel momento medito estas palabras que comparto con el ocasional lector. Ahora escribo estas ultimas líneas en medio de una de las tantas noches de profundo silencio, inquieto y ansioso, que nos regala la cuarentena. Un buen momento para empezar con una buena historia de terror…

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