Los caminos de Bodoc

En este tiempo de relecturas era inevitable volver a los caminos de Bodoc. Memorias Impuras había llegado a mis manos en una feria del libro, apenas fue editado. Inundado por la ansiedad comencé su lectura con la sed y el impulso que había dejado en mí La saga de los confines, pero ese impulso dejó que solo me maravillase que la cantidad  calidad de artilugios que, como siempre, Liliana aplicaba nuevamente con mano maestra.

Terminé la lectura con la sensación de encontrarme ante algo diferente, para mí novedoso en muchos aspectos y, que sobre todo me ilusionaba con una continuación que se hacía necesaria. Pero sobre todo supe que una segunda lectura se haría indispensable; había varios tesoros ocultos que pedían ser descubiertos.

Unos cuantos años más tarde recibí como regalo la versión definitiva de la obra, incluida esta vez la prometida segunda parte. Solo restaba volver a recorrer viejos caminos.

Creo necesario aclarar que para poder comprender Memorias Impuras quizás cobre la dimensión que merece pensándola como una continuación de la Saga de los Confines, en términos de novela que aborda un período de nuestra historia americana desde un punto de vista en el que la palabra poética se convierte en el motor irrenunciable de la historia. En uno de los tres caminos por los que nos lleva la autora en estas memorias, la figura del cronista que comienza a recabar información sobre la historia del virreinato de Álbora y asume esta posición al decir: “Pero hubo otros que, al narrar, sugerían imprecisiones y enigmas. Buenas personas que, en cierto modo, parecían darle más importancia a la belleza que a la verdad. A ellos les creí, punto por punto”. Este cronista, a medida que le da vida a sus escritos, profundiza  reflexiones valiosísimas sobre la vocación del escritor y su compromiso social, político e histórico. El cronista fija su posición irrenunciable al usar su pluma como un arma que nunca dejará de lado el valor poético de la palabra como instrumento de verdad.

Por otro lado, en un segundo camino, el narrador pone a otro personaje a escribir sus propias reflexiones, un personaje central cuyo motor es nada más y nada menos que el poder:

“Es indispensable apropiarse del discurso de los enemigos, previo asegurarse de que no quede nadie en pie capaz de llevar ese discurso a la práctica”. Y en este caso no se limita a reflexionar sobre el uso del poder en sí, sino en cuáles serían los mecanismos para mostrar ese poder frente al pueblo. La construcción tanto de este personaje como la figura del cronista eleva la novela de lo que podría ser meramente anecdótico, tan de moda la literatura contemporánea.

Pero el corazón de la historia está en la narración de los sucesos del virreinato a partir de la muerte de un virrey que llevó adelante una vida sin reparos de sus cuestiones privadas. Al fin y al cabo su muerte desata las manos de sus más íntimos y renueva los recelos en la coexistencia de quienes conviven en el virreinato, pero también reviven los sueños revolucionarios de las razas sometidas al poder de la metrópoli. Y en definitiva también pone en crisis la forma de llevar a cabo esa revolución, en la que parecen no poder coexistir la razón y las creencias.

Nuevamente Bodoc nos deja personajes inolvidables, esos que siempre se convertirán en una referencia inevitable, pero por sobre todo nos deja una novela total, repleta de voces, de vida, de muerte, pero sobre todo repleta de ideas que nos interpelan todo el tiempo: el arte de la escritura, nuestra historia, la verdad, todo se pone en juego de manera magistral. Pero sobre todo nos habla de lo necesaria y vital que la palabra poética en nuestras vidas, de la poesía como la voz de nuestros sueños de revolución, de una vida de amor en la que nadie se quede afuera, esos sueños que no debemos dejar que se apaguen con los vientos de la mentira y el odio.

Para cerrar comparto algunos fragmentos, porque seguramente la palabra de Liliana servirá mucho mejor mis reflexiones para mostrar lo que encierra esta bella historia, que en definitiva es la nuestra:

“Primero sueñan los niños, que lo hacen a través del estómago. Luego sueñan los hombres jóvenes a través de los pies y de las manos; luego sueñan los ancianos, que lo hacen a través de la frente. De los tres sueños, sueños del que siente, sueño del que obra, sueño del que sabe, nace el mundo” (palabras de Largo Yanga, jefe Cué Cué).

“En el sueño las cosas son transparentes solo si las buscas. Y existen cuando las encuentras […] en los sueños también importa la voluntad. Aprendía que aquel que está,  soñando, y sabe hacerlo, obtiene materiales poderosos; entiende relaciones y causas, intenciones y sentidos que la vigilia ignora” (el cronista sobre Anas Huayna).

“Quienes pensaron las revoluciones, quienes obraron en función de las revoluciones, han debido enfrentarse, tarde o temprano, a la cuestión  de echarle agua a la leche. Un dilema por el cual las revoluciones se enfrentan a sí mismas. Y a veces, se destruyen.            Tenemos aquí unas raciones de leche espesa. Espesa pero insuficiente. Podemos agregarle agua, de manera tal de obtener muchas raciones de leche rebajada. Rebajada, pero abundante.Lo mismo ocurre con las acciones revolucionarias: puras aunque insuficientes. Abundantes aunque rebajadas” (reflexiones del cronista).

“-Escuchen a Tovar. Escuchen al poeta – dijo. Y repitió los versos que acababa de recordar -:”Sin embargo, la leña se derrite y la carne se astilla”, ¿escucharon? ¿Escucharon y entendieron? La leña se derrite y la carne se astilla. Sólo el poeta acepta soñar con lo imposible, vivir con lo imposible y caminar hacia lo imposible… Este es nuestro legado ¡Piensen como poetas! Nosotros nos equivocamos  porque cargamos las armas  sin entender que la poesía es el origen y el destino. Hagan ustedes lo contrario. Primero piensen como poetas. Luego, si hace falta, cargarán armas también” (Zope Zopahua, maestro cambujo)

Habiendo recibido la palabra

Y el don de inventarlas, acrecentarlas,

Habiendo adquirido el lenguaje y el huevo del que nace el lenguaje,

 

Tiene que ver le hombre

Su obligación de cantar bellamente.

 

Recibió la palabra para eso. Y recibió las manos

 

Habiendo recibido las manos

Con sus cinco dedos completos, enhiestos,

Habiendo adquirido la capacidad de moverlas a su antojo,

Tiene que ver el hombre

Su obligación de transformar.

 

Recibió las manos para ese, y recibió la frente.

 

Habiendo recibido la frente

Y la noción de que no es una cáscara, una corteza del rostro,

Habiendo adquirido una ventana encima de los ojos,

Tiene que ver el hombre

Su obligación de escudriñar.

 

El hombre recibió la frente y su fruncimiento

Para escudriñar los cielos y la tierra.

(Poema de Tovar, poeta de la revolución)

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