Me paré una vez más frente a mi biblioteca. Lógica y cierta es la deducción del lector si piensa en este momento que estaba buscando mi siguiente lectura, pero puedo aducir algunas otras razones. La primera es admirar el diseño de aquel soporte que construí a partir de algunos maderas olvidadas en el galpón de la casa de mi suegro. La segunda razón es ver no sin una creciente desesperación todos aquellos libros de los que me hice en estos años, a veces en actos totalmente irracionales y contrarios a mi economía y que nunca llegaré a leer en el tiempo que me quede andar por estas tierras. A estas razones suma una más de orden meramente práctico: mi amada biblioteca se encuentra en un pasillo que es paso obligado hacia el baño (aclaro junto a esta última razón que nunca aceptaré bajo ninguna circunstancia la unión del ritual de lectura de un libro con alguna urgencia fisiológica, dos prácticas que considero vitales pero irreconciliables).
Pero lo que en realidad me llevó a escribir esta reflexión tiene que ver con la necesidad creciente de releer algunos textos, hecho que afirma la impresión de que mi tiempo no será suficiente para leer, al menos en esta vida, todo lo que desearía. Hace ya unos cuanto años había llegado a mis manos “El que tiene sed” de Abelardo Castillo, gracias a mi querido amigo Caronte. Aquella primera lectura me había impresionado de tal forma que me prometí comprarlo y retomar el camino de esas páginas cuando el libro lo dispusiera, ya que no había podido invadir los márgenes de aquel texto prestado con mis anotaciones, siempre necesarias para no perder datos vitales en la bruma de mi escasa memoria. Cuando pude lo compré y lo dejé entre otros tantos tesoros que esperaban ser leídos.
Y al fin, en el preciso momento en que estuve nuevamente parado frente a todos mis libros “El que tiene sed” pidió salir nuevamente a la luz. Retomé la lectura sabiendo el camino que iba a recorrer, pero esta vez descubriendo a cada paso matices que en una primera lectura se me habían pasado por alto. Recordaba con admiración “El cruce del Aqueronte”, o las pequeñas disquisiciones dedicadas al panteón de figuras literarias de renombre. Recorrí nuevamente el psiquiátrico buscando la sombra del poeta que canta en la tiniebla, recordé la repulsión que había sentido en algún momento por el trato destructivo de Espósito hacia todo lo que lo rodeaba y ese peligroso coqueteo con las voces infernales. Y al fin y al cabo reviví algunas de esas sensaciones que había experimentado en aquella lejana primera lectura. Porque en el tiempo de una lectura quedan solo esas sensaciones, esos relámpagos que iluminan solo por un momento la habitación vacía de nuestra búsqueda de un sentido en las letras.
En esta segunda lectura pude de alguna manera saborear otros aspectos que quizás tienen que ver más con decisiones narrativas del autor, como la elección un tono desesperado y abismal, su pérdida total en algunos momentos de las referencias temporales y espaciales de Esteban, reconocer en la búsqueda del protagonista la llave de un mundo ya sin otra alternativa que la muerte. Será necesario otro texto para analizar el tema de la experiencia personal como base necesaria de todo texto literario, afirmación refutada solo por algunos pocos escritores con éxito (léase Emma Zunz o lo que se les ocurra de Jorge Luis Borges). Creo que en el caso del texto en cuestión, teniendo en cuenta el factor de la experiencia como motor, Castillo logra con maestría volcar en cada línea la desesperación, el estar al borde de la locura y, sobre todo, darle una explicación a esa sed insatisfecha de los que le buscan una explicación más o menos digna (no digo ni siquiera racional) a la locura del mundo.
Ya esta joya reposa nuevamente en mi biblioteca. Mientras recorro otros caminos sé que junto a ella quedaron a la espera las “Crónicas de un iniciado”, continuación del libro objeto de estas líneas. Pero habrá que esperar, ya que otros textos reclaman a gritos su espacio en mi mesa de luz.
Acompaño estas reflexiones con algunas de las citas que me parecen justifican de más esta segunda lectura:
“Pero esta vez iba a decirlo palabra por palabra, a confesarlo todo. Iba, siquiera por una sola vez en su vida, a hacer algo irremediable, algo absolutamente sincero y honrado, e irremediable, pensó, o quizá ya lo estaba escribiendo porque desde hacía unos minutos se había puesto a escribir frenéticamente, ahogado por el calor y casi a ciegas, por los bandazos del ómnibus y los propios bandazos de su corazón mientras comprendía en algún lugar de su conciencia que le era absolutamente necesario conservar este delirio, esta embriaguez, porque si no escribía hoy esta carta no se iba a atrever a escribirla nunca. Hoy lo había emborrachado Dios”. (El cruce del Aqueronte – pags. 36/37)
“Nadie puede captar la realidad real, el mundo y su variedad infinita, simultáneamente tal como es, estando sobrio” (Visitando las ruinas – pág. 63)
“… porque ahora viene o que yo puedo enseñarte pero vos nunca vas a aprender. Uno, la felicidad. ¿Qué es la felicidad? Nada. Una palabra para designar algo que siempre ocurre en el pasado, y, como siempre ocurre en el pasado, resulta que nunca ocurrió. Vale decir, no existe. Dos, el amor. El amor sí existe. Es una catástrofe, una calamidad, una peste letal como el cólera morbo. Es raro, eso sí. Es raro y monstruoso. Esperá un poco que me acuerde. Es raro y monstruoso como el genio, y como él desdichado, condenado al dolor. ¿Quién lo dijo? Barrett. ¿Qué Barrett?: el único. Rafael. Un anarquista idéntico a Cristo y a mí cuando me dejé la barba y si yo fuera rubio y alto y de ojos azules. ¿Otro interrogante? La esperanza. Muy bien. Al revés de la felicidad la esperanza sí existe. Existe porque está en el futuro, y si eso no lo dijo Pasca, debió decirlo. Sé muchas más cosas. La mujer. Ahí va: la mujer es la casa del hombre y todo lo demás son pelotudeces…” (La sirenita y otras visitaciones – Pág. 113).
Castillo, Abelardo – “El que tiene sed” – Seix Barral – Buenos Aires – 2019
Comparto el link del programa «Nacidos por escrito» en el que se analiza a Esteban Espósito
http://encuentro.gob.ar/programas/serie/8960/9537/
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