Letanías de la larga siesta

Hace unos años, inspirado por la lectura de la inacabable Saga de los Confines de la querida Liliana Bodoc, me embarqué en mi propio proyecto novelístico. Inexperto y montado a una fiebre demencial de escritura, comencé a darle forma a «La larga siesta», que en unos pocos meses ya contaba con unas centenas de hojas, en su mayoría desbordadas por la inconsistencia de una escritura que no entendía de esperas.

En medio de aquel torbellino, un personaje debía cantar una historia repleta de tristezas y desencuentros. Es de imaginar que si faltaba algo para destrozar mis buenas intenciones era entrar de lleno en el terreno de lo poético en su forma más pura. Pero dentro de la inasible tierra literaria la magia se hace presente aun cuando la desesperación  nos desborda.

Intentaba palabras que jugaban a las escondidas con mi mano, cuando le pregunté a  María qué podría cantar un personaje en medio de la tristeza de haberlo perdido casi todo, una canción que rememorara aquello que alguna vez fue su vida y la de los suyos. Sin darse vuelta, sin abandonar ni un momento la lucha emprendida contra una pila de platos sin lavar, me pidió que le contara un poco más de la historia. Luego de unos minutos donde la música agua y de los platos nunca cesó, me dictó, casi sin detenerse (la imaginé siempre con los ojos cerrados) lo que transcribo a continuación:

El aire seco,

El cielo sin lágrimas,

La piel con surcos,

La asfixia,

Regalo del hombre blanco.

Porque nuestra madre

nos parió en abundancia.

Verde cabellera,

Ojos húmedos,

Perfume de vida,

Caricia del viento.

Gris piedra su rostro,

Marrón sus entrañas,

Se abrió camino para seguir,

Cuesta arriba.

El brillo ardiente.

Silencio,

Vertiente sedienta,

Caminos de alas,

Garras y dientes,

Polvo en abundancia.

Ahora tenemos

Palabras en vano

Retoños marchitos,

Rojo entre verde,

Jugando a esconderse,

Solito en el monte

Esperando por verte.

Vuelve tus ojos,

Esconde tus ganas,

Recoge tus alas.

Marchito tu vientre

Perdido en tus surcos

Se pierde mi alma.

Confieso que después de copiar estas palabras y releerlas emocionado, apenas si me animé a corregir algunas cuestiones formales. El resultado es el poema que acaban de leer, nacido de un alma que respira esa belleza. Porque María es eso… es poesía.

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