Autoficción

Sepan disculparlo. Dudo que sepa lo que hace. Quizás en un tiempo lo supo, o al menos así lo creía. Pero ahora no lo sabe. O eso al menos creo yo. Aunque tampoco estoy muy seguro. Digamos que lo intuyo.

Yo lo conozco desde hace mucho tiempo, desde aquellos días de pelos revueltos y figura esmirriada, en las que recorría el barrio tímidamente todas las mañanas las ocho cuadras que lo separaban del colegio, ese trámite ineludible que cumplía sin esfuerzo. Siempre mirando el piso, como buscando algo que le explicara qué encontraría al levantar la mirada. Nunca encontró respuestas.

También lo conocí pisando el potrero. Ahí era otro. Su fecunda imaginación y su pie preciso de vez en cuando llevaban a cabo alguna que otra jugada (para él) maravillosa, suficiente alimento para mantenerlo con vida el resto de la semana.

Y también recuerdo cuando los libros se pegaron a sus manos y se convirtieron en parte ineludible de sus solitarios días. Sus largos viajes en tren cobraron sentido, sus ojos ya no tenían que buscar en el suelo lo que se prefiguraba en las inagotables páginas. Y un buen día levantó la mirada y se encontró en un tren repleto de gente, y supo ver a su alrededor lo que sospechaba en esas historias. Y creyó entender.

Pasaron amores y desencuentros dentro y fuera de sus libros, pasaron invisibles felicidades y calladas miserias. Se vio envuelto en angustias interminables y poderosos deseos que lo atropellaban sin remedio, cuando ya esas páginas parecían no tener respuesta ante la realidad implacable.

No sabe cómo, pero un día garabateó las palabras que le dictaron sus ojos en lo que pretendió ser un poema que se perdió en algún cuaderno que a su vez se perdió en algún cajón de alguna casa que quiere perderse en su memoria.

Los libros siguieron estando, siempre. Sin embargo, en su otra mano le había crecido un cuaderno repleto de hojas en blanco que esperaban algo que ni sus manos aun sabían. Y en medio de una bruma que hoy en día jura no haber atravesado, aparecieron varias historias en forma de cuento, un territorio pedregoso en donde supo sentirse a gusto. O no tanto. Y ahora lo veo, ensayando respuestas en los laberintos de la ficción, recorriendo nuevos caminos, buscando respuestas que siempre se escapan cuando parecen rendirse ante evidencias ilusorias.

Por eso les pido, si lo ven caminando por ahí como buscando algo en las viejas veredas, sepan disculparlo, el peso de los libros y los años no le permiten levantar la mirada hacia un mundo que aún le niega las respuestas.

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