Para Quinquela, la escuela y el museo debían servir para educar los sentimientos artísticos de los niños. Por eso, propuso donar dieciocho murales que ocuparían todo el ancho de las aulas, sobre los pizarrones. Pero el Consejo de Educación no opinaba lo mismo. Para ellos las aulas decoradas distraían a los alumnos.
«¡Qué ironía!» replicó Quinquela. «¿Qué mejor vehículo para la imaginación e inteligencia que rodearlos de un ambiente artístico?».
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