De cómo vino el miedo

“Quizá lo describe mejor la respuesta  de Lou Reed cuando le preguntaron si no le daba miedo vivir en Nueva York” Dijo: “Peligroso Nueva York? No… En todo caso hay cierto olor a infierno y es inquietante, y vivís con el alma preparada para el escalofrío, pero sabés que hay una música milagrosa en ese escalofrío cuando te rozan los lunáticos y perdidos que la ciudad genera con su feroz libertad… No… Peligroso es Estocolmo… En el espejo del baño del hotel hay un cartel que dice “Prohibido suicidarse”.

Enrique Symns – Fantasmas de Luz


Y de repente una luz que trae la foto de un momento que ni siquiera recuerdo. Pero reconozco el lugar. Detrás, la casa paterna. Por ahí, fuera de cámara, crecía como yo un pino que mucho después fue refugio de mis juegos. A mis espaldas las tejas de la casa vecina, la casa de don Jaime, con su molino que sigue ahí, como un vigía de un pasado que de vez en cuando cruje empujado por los vientos oxidados del recuerdo. Y mi sonrisa iluminada que no necesitaba ver más allá de esa maravilla asesina que es la infancia.

Entonces, ante tanta luz que no cabe en mi memoria, me pregunto ¿cómo vino el miedo? ¿se habrá colado entre los dientes flojos de la infancia? ¿o en los dolores de los huesos que empujaban desde adentro? ¿por qué no cuando las manos se hincharon por aquella fiebre que por primera vez se enredó con la palabra muerte? ¿y de dónde vinieron esos monstruos grises que se comían mis piernas cada madrugada?.

Y ahí, ante el dolor,  se descubre que no hay mejor receta que la máscara que oculta las preguntas en el disfraz del silencio, en la máscara agradable, sin saber que ahí se agazapa el verdadero monstruo. Porque lo otro es artilugio y sospecha de lo incomprobable, de eso que cosquillea en las sombras, en el espejo que tiembla y que oculta lo que imaginamos ominoso. Hay algo allí que nos pone a escribir y nos permite ser libres tanteando en la noche más oscura con un profundo escalofrío pegado a los huesos. Eso que juega con nuestras ganas de quebrar la puerta, que de una vez por todas se abra de para en par para que los antiguos mosntruos regresen a saciar su sed. Porque al fin y al cabo eso quizá eso fuese mejor que esto.

Pero no.

Porque eso es sólo un juego que nos mantiene vivos, porque el miedo verdadero viene de ahí, del silencio y de la perfecta y asquerosa simetría de las cosas que todos admiran, de eso que viene y se dice sin rostro, porque alguien lo dijo del otro lado, en algún lugar remoto, pero lo dijo delante de una cámara, por eso es verdad. Tengamos miedo cuando ya los pibes no sepan patear más una pelota y no griten goles en los potreros, cuando no vuelvan más embarrados o con una ceja rota, cuando ya nadie cante fuerte y cuando dé lo mismo decir sí o no, cuando ya no haya nadie con quien hablar en un café, cuando ya lo árboles ni la gente quieran ser abrazados, cuando ya el más celeste de los cielos sólo lo puedas ver a través de una foto, aunque esté sobre tu cabeza. Porque cuando esté todo perfecto y el mundo sólo se vea a través de tu pantalla, será que todo habrá muerto. 

Quizás, sólo quizás, tengas la fortuna de rozar tu existencia con la cantidad suficiente de lunáticos que te hagan ver la cara feroz de la libertad. Pero casi siempre es demasiado tarde.

Espero que cuando lo descubras, no lo hagas en un baño en Estocolmo donde haya un cartel que diga “Prohibido suicidarse”.

2 respuestas a “De cómo vino el miedo

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